La llegada de la Navidad nos convoca a la reflexión sobre la necesidad de remontar uno de los periodos más grises de nuestra historia nacional. Contrario al pesimismo que puede contagiar a algunos sectores, tengo la convicción de que el año entrante se vislumbra esperanzador en el terreno político, pues la necesidad de cambiar las cosas ya no puede esperar.
La violencia y la inseguridad nos angustian; nos asfixian la inflación, el peso devaluado, combustibles caros y la reducción en las expectativas de vida; mientras la impunidad, la injusticia y la corrupción corroe las entrañas del sistema político Salir de este túnel es un reto enorme. Pero ni la ilegítima presencia del Ejército, ni la falsa propaganda electoral, mucho menos los intentos de comprar la voluntad popular, podrá hacernos cambiar de ruta. Salvo que a alguien se le ocurra la osadía de robarse la elección, las estrellas se están alineando para que la siguiente Navidad nos encuentre en plena época de transformaciones.
Como el país no aguanta un golpe autoritario más, corresponde a cada uno de nosotros abrir nuestras mentes para buscar respuestas a nuestros anhelos personales y colectivos. Aún con la desconfianza típica en el actuar de las instancias electorales, la vía del voto es la salida pacífica y menos dolorosa a la situación actual, sin restar importancia a las complicaciones económicas del país, cuya peor noticia será el desenlace negativo de las negociaciones del TLCAN con Estados Unidos.
Son tantos los problemas acumulados que la enumeración de promesas políticas nunca podrán colmar nuestras expectativas; sin embargo, los cambios los hacen los pueblos con su participación en los asuntos nacionales.
Orientada la próxima elección a reaccionar positiva o negativamente sobre la personalidad de los contendientes, más que por un programa o una ideología, el pragmatismo se apoderó de la democracia mexicana, de tal modo que el desenlace en las urnas, el primer domingo de julio, será favorable a aquella coalición que sume mayores apoyos a su causa.
Para quienes conducen campañas será más fácil vender la imagen de un personaje escasamente conocido – en casos como la senaduría, diputaciones o ayuntamientos-, a la de aquella o aquél individuo que por su permanencia en el poder arrastre consigo un enorme desprestigio donde quiera que se presente. Insistir en querer imponer a políticos impresentables, corruptos y con malos antecedentes, aun traficando con la necesidad de la gente, los hará naufragar en la amarga experiencia de la derrota, debido a que emergen de las cofradías que no han hecho otra cosa más que vivir y beneficiarse de la política.
Por otro lado, el gobierno de quienes sorprendieron a Oaxaca con el discurso del cambio, 13 meses después no ha logrado la estabilidad para armar un equipo de trabajo sólido, eficiente y duradero que ofrezca certeza en sus decisiones, pues un día sí y otro también cambian, destituyen, reciclan y/o reviven a connotados personajes que nunca se han distinguido por su honradez en el servicio público. Las ocurrencias y hasta el inadecuado uso del lenguaje en público revela inmadurez y voluntarismo que no llevan a ningún lugar a las sociedades.
Como en México no hemos encontrado otro mecanismo para renovar nuestra vida democrática, deberemos escoger a alguno (a) de la variada oferta política existente, por lo que esta responsabilidad estará en nuestras manos una vez que corran los tiempos de la campaña constitucional. Peor sería consumirse en la frustración, refugiarse en la inacción política y en el pernicioso abstencionismo que ha jugado casi siempre a favor del sistema político. Pensar en otras formas de desesperación política, sólo acarrearían graves consecuencias a nuestro tejido social: los oaxaqueños hemos sentido en carne propia los estragos de la violencia, ya sea la emanada del Estado o de algunos sectores beligerantes.
En el contexto de un continente en constates cambios, los mexicanos estamos a pocos pasos de generar un cambio de rumbo suave, pero inteligente, con certidumbre, para enfrentar retos internos y externos que nos agobian. No va a ser un camino fácil, pero hay que intentarlo.
La redención de los hombres, que en la tradición cristiana se revela en el nacimiento de Jesús, nos debiera impregnar de generosidad, pero no por ello hacernos menos críticos y vigilantes sobre lo que en la vida pública está aconteciendo en México y en Oaxaca. El entendimiento informado nos convierte en mejores hombres y mujeres y, por supuesto, ciudadanos. Son mis deseos más sinceros para esta Navidad.
Esta semana, en el marco del 80 aniversario del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), trabajadores contratados como eventuales por medio del llamado capítulo 3000 (una modalidad de pago por servicios prestados, sistema acostumbrado por administraciones anteriores) demandaron de dicha institución y de la Secretaría de Cultura federal, satisfacción a sus demandas.
Ernesto Reyes
La llegada de la Navidad nos convoca a la reflexión sobre la necesidad de remontar uno de los periodos más grises de nuestra historia nacional. Contrario al pesimismo que puede contagiar a algunos sectores, tengo la convicción de que el año entrante se vislumbra esperanzador en el terreno político, pues la necesidad de cambiar las cosas ya no puede esperar.
La violencia y la inseguridad nos angustian; nos asfixian la inflación, el peso devaluado, combustibles caros y la reducción en las expectativas de vida; mientras la impunidad, la injusticia y la corrupción corroe las entrañas del sistema político Salir de este túnel es un reto enorme. Pero ni la ilegítima presencia del Ejército, ni la falsa propaganda electoral, mucho menos los intentos de comprar la voluntad popular, podrá hacernos cambiar de ruta. Salvo que a alguien se le ocurra la osadía de robarse la elección, las estrellas se están alineando para que la siguiente Navidad nos encuentre en plena época de transformaciones.
Como el país no aguanta un golpe autoritario más, corresponde a cada uno de nosotros abrir nuestras mentes para buscar respuestas a nuestros anhelos personales y colectivos. Aún con la desconfianza típica en el actuar de las instancias electorales, la vía del voto es la salida pacífica y menos dolorosa a la situación actual, sin restar importancia a las complicaciones económicas del país, cuya peor noticia será el desenlace negativo de las negociaciones del TLCAN con Estados Unidos.
Son tantos los problemas acumulados que la enumeración de promesas políticas nunca podrán colmar nuestras expectativas; sin embargo, los cambios los hacen los pueblos con su participación en los asuntos nacionales.
Orientada la próxima elección a reaccionar positiva o negativamente sobre la personalidad de los contendientes, más que por un programa o una ideología, el pragmatismo se apoderó de la democracia mexicana, de tal modo que el desenlace en las urnas, el primer domingo de julio, será favorable a aquella coalición que sume mayores apoyos a su causa.
Para quienes conducen campañas será más fácil vender la imagen de un personaje escasamente conocido – en casos como la senaduría, diputaciones o ayuntamientos-, a la de aquella o aquél individuo que por su permanencia en el poder arrastre consigo un enorme desprestigio donde quiera que se presente. Insistir en querer imponer a políticos impresentables, corruptos y con malos antecedentes, aun traficando con la necesidad de la gente, los hará naufragar en la amarga experiencia de la derrota, debido a que emergen de las cofradías que no han hecho otra cosa más que vivir y beneficiarse de la política.
Por otro lado, el gobierno de quienes sorprendieron a Oaxaca con el discurso del cambio, 13 meses después no ha logrado la estabilidad para armar un equipo de trabajo sólido, eficiente y duradero que ofrezca certeza en sus decisiones, pues un día sí y otro también cambian, destituyen, reciclan y/o reviven a connotados personajes que nunca se han distinguido por su honradez en el servicio público. Las ocurrencias y hasta el inadecuado uso del lenguaje en público revela inmadurez y voluntarismo que no llevan a ningún lugar a las sociedades.
Como en México no hemos encontrado otro mecanismo para renovar nuestra vida democrática, deberemos escoger a alguno (a) de la variada oferta política existente, por lo que esta responsabilidad estará en nuestras manos una vez que corran los tiempos de la campaña constitucional. Peor sería consumirse en la frustración, refugiarse en la inacción política y en el pernicioso abstencionismo que ha jugado casi siempre a favor del sistema político. Pensar en otras formas de desesperación política, sólo acarrearían graves consecuencias a nuestro tejido social: los oaxaqueños hemos sentido en carne propia los estragos de la violencia, ya sea la emanada del Estado o de algunos sectores beligerantes.
En el contexto de un continente en constates cambios, los mexicanos estamos a pocos pasos de generar un cambio de rumbo suave, pero inteligente, con certidumbre, para enfrentar retos internos y externos que nos agobian. No va a ser un camino fácil, pero hay que intentarlo.
La redención de los hombres, que en la tradición cristiana se revela en el nacimiento de Jesús, nos debiera impregnar de generosidad, pero no por ello hacernos menos críticos y vigilantes sobre lo que en la vida pública está aconteciendo en México y en Oaxaca. El entendimiento informado nos convierte en mejores hombres y mujeres y, por supuesto, ciudadanos. Son mis deseos más sinceros para esta Navidad.
@ernestoreyes14
*Publicado en "Noticias, Voz e Imagen de Oaxaca"
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