Ahora, la publicidad

 

El 17 de abril del 2014, cuando corría por el mundo la noticia del fallecimiento del Premio Nobel de Literatura 1982, Gabriel García Márquez, una descompensación me hizo perder casi el sentido, pero angelitos celestiales, mejor dicho de la tierra, me auxiliaron para salvar el pellejo. Y gracias además a socorristas de la Cruz Roja, así como facultativos y paramédicos universitarios que me atendieron, sigo por aquí dando lata.

Hoy, que gracias a la literatura conozco más al mundo, me sorprende que no acabemos de comprender que los momentos de crisis que en varios órdenes hemos sufrido, se están transformando en ventanas de oportunidades y cambios.

Es así que grupos de poder y connotados barones de la comunicación rechazan cada medida o postura que toma el presidente López Obrador. Un coro de voces, aparentemente críticas, se aventó apenas la puntada de señalar que un Jefe de Estado como él, calce zapatos empolvados en ceremonias pomposas. No quieren aceptar que un mandatario ya no es el ser divino e intocable que fueron construyendo, sino un hombre como cualquier otro. Y que además trabaja todos los días, recorriendo pueblos y ciudades.

Sería muy largo enumerar nombre y trayectoria de comentaristas, analistas, periodistas, académicos, hombres de negocios o “representantes” de la sociedad civil que se sienten tocados cuando el presidente expresa su libre opinión, o bien insiste en llevar a cabo proyectos constructivos.

La tradición, heredada del presidencialismo autoritario, de que sólo el periodista estaba “autorizado” -por la “opinión pública” - para criticar al servidor público, pero nunca recibir réplicas a cambio, se ha venido abajo. El que el titular del Poder Ejecutivo fije su postura públicamente, les está causando un trauma porque esta dinámica es inédita. En oposición a la manera de entender el carácter social de la comunicación, se niegan a aceptar que el presidente tiene también derecho a rebatir, defenderse y expresar libremente su opinión. No hay ningún asomo de censura.

Antonio Pasquali afirma que para que el proceso resulte realmente comunicacional es preciso que emisor y receptor sean intercambiables, de modo que el receptor, una vez recibido el mensaje, pueda convertirse en emisor de un nuevo mensaje, el cual es recibido a su vez por el emisor inicial, convertido en receptor de este nuevo mensaje o bien por algún otro receptor. En esto consiste el carácter interactivo del proceso comunicacional.

Voceros de la llamada prensa fifí -a la que jamás podría pertenecer un reportero que se empolva los zapatos-, insisten en tirarse al piso e implantar la idea de que los medios, donde por supuesto también privan intereses económicos, políticos, de clase, etcétera, deben ser intocables. Una crítica presidencial, afirman, los hace vulnerables. Recuerdo la anécdota, que me contaron, sobre el cronista parlamentario, Miguel Reyes Razo, quien en una cantina pidió los servicios de un señor que con su maquinita aplicaba toques eléctricos en las muñecas. Cuando el de los toques le subía paulatinamente el voltaje éste no aguantó y le espetó enojado: “Párale buey, no ves que soy periodista?”

Anteriormente, para evitar cualquier afrenta, todo se arreglaba a billetazos – los convenios de publicidad- o mediante la censura o persecución. Hoy se le puede contradecir al presidente -como en las entrevistas matutinas de palacio- y no pasa nada. Antes simplemente no había entrevistas salvo en contadas ocasiones y en la mayoría de ellas no se tocaba al presidente ni se le contradecía en vivo. No existía el diálogo circular.

La confrontación podría subir de tono ahora que se han publicado los lineamientos de la política de comunicación social de la presidencia de la República porque muchos van a querer llevarse una tajada del pastel. Los 52 mil millones de pesos gastados en su imagen por Peña, es un pésimo referente.

La nueva política de comunicación – donde se prevé gastar cuatro mil 711 millones de pesos durante el ejercicio 2019- no es ni el 10 % de lo que regaló el mexiquense a socios y compinches. Ahora, lo recursos nos serán utilizados para premiar o castigar a ningún medio; se distribuirán de manera horizontal, evitando la concentración en algunos y con el compromiso de transparentar la asignación de la publicidad. Los medios impresos tendrán que ser sujetos de escrutinio profesional sobre sus tirajes, lectores y ventas.

Y aunque todavía se carece de una ley completa en la materia, un buen anuncio es que la publicidad gubernamental se elaborará con la infraestructura de los medios públicos a fin de alimentar las campañas institucionales de radio y televisión, haciendo uso además de los tiempos oficiales. La disputa por la publicidad apenas comienza.

@ernestoreyes14