Juárez, guía y ejemplo

 

En el equinoccio de primavera de 1806, nació el ilustre zapoteca, Benito Juárez García, en la localidad serrana que hoy también lleva su apellido. Ahí, en una agreste orografía y en la penuria económica, se forjó el carácter de quien sería uno de los presidentes que con su ejemplo hoy más que nunca sigue gobernando a México.

Juárez, por consiguiente, sigue siendo un faro que alumbra el devenir del México moderno. Excepto con Lázaro Cárdenas, quien con la expropiación petrolera y el reparto agrario pasó a la historia como uno de los últimos revolucionarios, hasta ahora retomamos la confianza en el representante formal de todos los mexicanos.

Los dos mandatarios que le antecedieron, se cuidaron mucho de no rendir honores ante la figura en bronce del Benemérito, con el pretexto de las protestas magisteriales, cosa que la autoridad moral y política de Andrés Manuel López Obrador desmontó el jueves, ante unos profesores que se quedaron sin argumentos para percudir el acto que, sin embargo, contó con la presencia de autoridades comunitarias, municipales y de simpatizantes – y uno que otro acarreado- que llenaron la plaza cívica en un ambiente lleno de colorido y entusiasmo. No es novedad decirlo, pero la presencia de los ediles de la región, año con año, con su empeño de entregar oficios de petición, es fiel recordatorio del olvido en que los gobiernos mantienen a sus pueblos.

De ahí que ante las críticas por la forma de frasear su mensaje el primer concejal de San Pablo Guelatao, reparando muy poco en la falaz “austeridad republicana” que ahí mismo se pregonaba – Murat tuvo que elevar el tono para apaciguar murmullos y chiflidos– son muestra de que no se ha cambiado el chip del viejo sistema que le daba más valor al “arte” del buen decir que al cumplimiento de las obligaciones del servidor público.

En el 2022, si todo pinta como ahora, la pesadilla de la legión mexiquense rendirá sus armas ante los electores, si es que quienes toman las decisiones en el nuevo partido mayoritario no se equivocan. Por ello flaco favor le hacen los elogios gratuitos a Adelfo Regino, a quien López Obrador coloca en el primer sitio de la lista de sucesión, proyecto exclusivo de Morena que cuajará en la medida en que el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas cumpla un desempeño honesto y eficiente.

Además de estas y otras señales percibidas ante los pies del Gigante, recibimos con agrado la promesa de que por lo menos cada año, de los cinco que le restan a su periodo constitucional, llegará de nuevo el presidente a Guelatao para informarnos sobre los avances de su administración pero, sobre todo, para no olvidar el compromiso con los pueblos de Oaxaca. Salvo los panistas que abominan a Juárez, muchos se dieron cita en el lugar donde nació el consumador de la Segunda Independencia: el liberal de la Reforma.

Es preciso recordar que con la gesta del Cerro de las Campanas, el Indio de Guelatao demostró, hacia la posteridad, que a las semillas podridas hay que arrancarlas antes de que fructifiquen, como sucedió con los invasores de Playa Girón, en Cuba.

“Es dado al hombre, Señor,- le dice el presidente Juárez al Archiduque de Austria, en una carta cuando este apenas pisaba suelo mexicano - atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen, y de los vicios propios una virtud(…)”. “Pero hay una cosa – advierte el Patricio a Fernando Maximiliano José- que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará”. La historia, por supuesto, absolvió con creces al estadista Benito Pablo.

El Benito pastor y niño, estudioso y limpio, el abogado – como lo evoca de manera brillante el escritor Fernando del Paso- “de las cohortes del diablo, de masones ateos, de herejes y blasfemos, de rojos comecuras”- epítetos que le endilgaban los afrancesados-, el hombre acaso más calumniado del siglo 19, sigue siendo, dos siglos después, el guía de un país que empieza a cambiar aunque no con la diligencia como lo demanda el nuevo tiempo mexicano.

Espero que el magisterio haya comprendido la oferta ratificada aquí por AMLO: respetar las libertades y jamás recurrir a la represión para enfrentar a los opositores. No entenderlo así, ante el debate que se abre en torno a la nueva reforma educativa, es irse ubicando en el bando equivocado de la historia. ¡Aguas!