Color esperanza

 

El pasado día tres, en palacio nacional, familiares de Enrique Peña Nieto derramaron lágrimas ante nutrido auditorio, que escuchó su alocución sexenal. Por los bajos niveles de reconocimiento con que termina, no hay duda: es y ha sido uno de los peores presidentes de la República.



El llanto debió ser por la nostalgia de los últimos días que le quedan en el poder, mientras millones de mexicanos hacen lo mismo pero por otros motivos. Como por ejemplo, el desamparo en que viven más de 5 mil familias dejadas a su suerte después del terremoto de hace un año (7 de septiembre de 2017).



Y lo más indignante: ver cómo se abandona a su suerte al Istmo de Tehuantepec, mientras en la capital oaxaqueña se pronuncian discursos, en perfecto orden de funcionarios (la señora Robles de Sedatu, entre ellos y el Gobernador), trajeados y bien peinados, para no desenfocar en las imágenes, con todo y el “recuerdo” involuntario de “Los ángeles azules”, pero no de los ángeles del cielo que aquella noche fatal nos cuidaron para que no hubiera más muertos.



Ante un auditorio a modo, esquivando la rendición de cuentas ante el Congreso General, Peña Nieto dio rienda suelta al triunfalismo que nos recetaron los mandatarios del periodo neoliberal de tan triste memoria. Las corruptelas sin castigo – ejemplificados con el escándalo de la “Casa blanca”, la desaparición de los 43 normalistas, la matanza de Tlataya, los socavones, “La estafa maestra”, el “Caso Odebrecht”, y muchísimos más, pero particularmente las fallas en la estrategia de seguridad y los miles y miles de muertos y desaparecidos-, pintaron de negro un sexenio que hoy nos quieren vender con la visión de un país “color de rosa” que sólo Peña y sus íntimos ven.



Esto a nivel nacional. Donde las cosas siguen aparentemente igual, si no es que peor, es en Oaxaca, donde un PRI tambaleante pero no vencido, sigue dando visos de que nunca va a cambiar a pesar del revés electoral. Sin embargo, en el Congreso local, en noviembre próximo, se estrenará una mayoría legislativa que esperemos se constituya en verdadero contrapeso ante un poder ejecutivo que sigue ejerciéndose de manera patrimonial.



Testigos de esta actitud son los miles de empleados y demandantes de atención que observan varias oficinas gubernamentales vacías – es decir sin una cabeza visible - lo cual es un despropósito que rompe los cánones de cualquier manual de administración pública y echa por tierra la promesa de Alejandro Murat de “gobernar con los mejores hombres y mujeres de Oaxaca”.



Tantos “encargados del despacho”, pueden ser la causa de la multiplicidad de conflictos que en el segundo año se agudizan, mientras quienes a la cabeza del Estado juraron constitucionalmente servir al pueblo se entregan a la frivolidad, a los viajes, al placer de verse retratados junto a los pobres, los necesitados, los demandantes de ayuda, de justicia: los damnificados del priato, y ahora del Verde.



En el heroico Istmo oaxaqueño, pero también chiapaneco, este 7 de septiembre con flores y veladoras se evocó la tragedia causada por el terremoto de magnitud 8.2 , en condiciones muy similares con las que se amaneció el día ocho: sin vivienda, con poca y desordenada ayuda oficial, con estafas monumentales de funcionarios-hienas que les robaron, en los días posteriores, lo que les correspondía; que los engañaron con que las labores de reconstrucción iban a ser cosa de meses; que les hicieron creer que la vuelta a la normalidad sería la mejor constatación de que las autoridades estaban haciendo bien su trabajo.



Sólo la solidaridad nacional y extranjera (destacadamente las fundaciones sin fines de lucro), más el espíritu de cuerpo de sus habitantes han permitido restituir en algo el tejido social roto por el dolor de no tener ya a sus seres queridos por los derrumbes.



La opacidad en los dineros de las donaciones y en los 7 mil millones destinados a la reconstrucción, no podrá ocultarse por mucho tiempo. Las efemérides de las recientes horas, los ecos lejanos de los actos oficiales, sin tantita… como dicen ahora los jóvenes; incluso las transmisiones en vivo, no pueden ni podrán reflejar, de ningún modo, el dolor y el coraje por los que pasan nuestras paisanas, nuestros paisanos.



Un año después con casas sin reconstruir, escuelas y niños desamparados, una economía devastada, y con las protestas a flor de piel, sólo la solidaridad desinteresada y la gran dignidad de los pueblos para levantar la moral, mantiene firme su voluntad de que vendrán tiempos mejores; no el “color rosa” marca Peña Nieto, de los Murat, de las Robles, sino el color esperanza, bronceado de sufrimiento y una gran fe, de que aunque parezca que por momentos todo se nubla, la raza zapoteca perdurará para siempre.

@ernestoreyes14